La era que desde entonces corre no creo que pueda llamarse una continuación de la vieja escuela mexicana. Los maestros que a ésta pertenecieron fueron sucediéndose sin interrupción unos a otros, los posteriores eran discípulos de los anteriores, de ellos recibían la doctrina que pasaban luego a sus aprendices y así se conservaba una constante tradición de enseñanza. Mas a la llegada del señor Clavé y demás profesores venidos de Europa, la cadena tradicional, rota ya después de medio siglo, no pudo continuar y el arte hubo de plantearse casi tan de nuevo como en el siglo XVI.
A la verdad que eso nos sucedió. Yo no encontré en México ninguna escuela buena ni mala y empecé a enseñar a mis discípulos según lo que había aprendido en Barcelona y Roma, y según los principios que había podido formarme por mis propias informaciones y el trato con hábiles artistas en mis viajes por Italia, España y Francia. Jamás olvidaré entre ellos al insigne y venerable Overbeck, uno de los creadores de la actual escuela alemana, y quizá el primero que comenzó la reacción contra las profanidades del Renacimiento. Respecto de pintores mexicanos, como no había en la ciudad ninguna galería, ni cosa que se le pareciera, pasó tiempo para que fijáramos en ellos la atención, hasta que se hizo aquí el primer ensayo de reunir obras suyas y clasificarlas. Por lo demás, espero que no se encontrará