Se esperaría lo que quisieres, pero ciertamente no sucedió lo que se esperaba. La muerte de la pintura en México es coetánea del establecimiento de la Academia y después de Acíbar, en un espacio de medio siglo, no vuelve a aparecer pintor mexicano que dejara obras importantes y ganara nombre.
¿Si confirmará ese hecho la antigua acusación contra las academias de que, inspirando timidez, apagan el ingenio y reducen el arte a encogidos procedimientos que al fin lo hacen morir mezquinamente?
Bien pensarán ustedes que un hombre que recibió educación académica, y es hoy profesor en una academia, no puede suscribir a semejante acusación. Y sería, señores, un fenómeno bien singular que el estudiar un arte por principios, conocer sus reglas y observarlas fuera lo que lo matase. Por otra parte, hay una observación que a mí me ha hecho siempre mucha fuerza y es que todos los grandes maestros, aun los que no habían cursado academias, han deseado que la pintura se aprendiese por los procedimientos y métodos que en estas casas se usan. Parece como que sentían en sí el defecto de no haber recibido una instrucción fundamental y razonada. Sin salir de México, tienen ustedes una