prueba de la verdad de lo que acabo de decir, pues cuando el arte llegó a su apogeo en la escuela de Cabrera, él y los otros profesores se dieron modo de plantear una academia, según nos ha referido el señor Couto. Este juicio de los inteligentes en todos tiempos y países, a la verdad, llama la atención. Hay, pues, que buscar otras causas para explicar el hecho de haber decaído aquí la pintura, cuando se abrió esta escuela el año de 1785.
Me ocurre desde luego que pueden señalarse dos entre otras. La una es que la elección de los primeros maestros de pintura que se enviaron de España fue, a lo que parece, poco acertada. Con título de primer director vino don Ginés Andrés de Aguirre, académico de mérito de la de San Fernando de Madrid, quien en el espacio de trece o catorce años que vivió en México ni en obras ni en discípulos dejó cosa digna de memoria. Yo no he visto más cuadro suyo que una Virgen de medio cuerpo en un nicho o templete de piedra, siguiendo el estilo del padre Pozzo, y es obrita en que apenas puede ponerse atención. Acompañole, con carácter de segundo director, don Cosme de Acuña, el cual, a poco, solicitó y obtuvo volver a España, pretendiendo que fueran allá a aprender con él los discípulos de la Academia. No eran hombres como éstos los que podían mantener en su esplendor y mucho menos adelantar el arte que habían ejercitado en México Echave, Arteaga, Rodríguez Juárez y Cabrera, y que aún tenía profesores como Alcíbar.