Juárez. De Andrés López hay aquella Verónica, que parece trabajada pelo a pelo como si fuera obra de miniatura, y en el General de San Ildefonso está el retrato del benéfico señor don Cayetano Torres, hecho por él en el mismo año de 1787. Don Manuel Carcanio, tercero de hábito descubierto de Santo Domingo, pintó una Vida de la Virgen, de figuras del tamaño natural, para el antecoro de aquel convento; alcanzó el establecimiento de nuestra Academia y fue en ella teniente de director de pintura. Su discípulo Joaquín de Vega sacó este retrato de él, que es una valiente pieza en su género. Finalmente, Joaquín Esquivel, artista descuidado y que parece una especie de Tapresto, ha dejado, sin embargo, en la vida de san Pedro Nolasco, en los claustros bajos de la Merced, algún cuadro digno de estima, como el del coro, en que cantan los religiosos con atavíos de ángeles. Trabajaba en 1797.
Junto al retrato de Carcanio veo ahí un san Luis Gonzaga de José Alcíbar, a quien varias veces han mentado ustedes.
El último de nuestros pintores de nombre y en el que se cierra la antigua escuela mexicana, que vimos principiar en Baltasar de Echave. Alcíbar se distingue por la blandura y suavidad, no obstante que es ésa la cualidad general de la escuela, especialmente desde Juan Rodríguez Juárez para adelante. Alcanzó como Carcanio la fundación de esta Academia y fue