por lo que hace a Cabrera, puede conocérsele con sólo este cuadro grande que tenemos ahí de la visión del Apocalipsis, cuando la mujer misteriosa que había parido al niño huye de delante del dragón, y san Miguel pelea con la fiera. La visión está aplicada a la Virgen. Note usted la belleza de su figura, la del niño, que levanta con ambos brazos y, respectivamente, la de los demás personajes que se introducen en la escena. Creo que todas las dotes de Cabrera se registran en ese lienzo.
Bastante lo he visto en la Universidad antes que ustedes lo trajeran a esta galería. Aquella corporación parece que distinguió a Cabrera y lo ocupó más que a ningún otro pintor.
En eso hizo lo que casi todos los cuerpos y todas las personas importantes de la ciudad. Porque Cabrera no fue de aquellos artistas desconocidos o desestimados en vida y a quienes no se tributa honra sino después del sepulcro. Nuestro pintor disfrutó en sus días toda su fama y las atenciones que por ella merecía. El arzobispo don Manuel José Rubio y Salinas lo hizo su pintor de cámara y con sus obras adornó su palacio. Las comunidades religiosas, los templos, los establecimientos públicos, todos a competencia quisieron tener pinturas de su mano. Pero quienes más se señalaron con él fueron los jesuitas, sagaces descubridores del talento y el mérito en todas líneas, Cabrera fue el pintor de la Compañía,