años no se creía que sus obras hubieran sido hechas aquí y se atribuían a artistas extranjeros. Había, por ejemplo, quien porfiaba haber visto desencajonar, traída de Roma, la imagen de Nuestra Señora de la Fuente que está en el convento de Regina cuando el presbítero don Cayetano Cabrera recordaba con zumba la prisa que había visto darse a Ibarra para concluirla y entregarla el día que lo tenía ofrecido, y que aun había trabajado aquella noche con luz artificial para pintar en el cuadro las candelas que alumbran a la imagen y era lo que le faltaba.51
De esas preocupaciones hay en todos tiempos y en todos los países. Acuérdate del Cupido que Miguel Ángel tenía que enterrar para que, excavándolo luego como un antiguo, recibiera los aplausos que no se le habrían dado si desde el principio se hubiera sabido que era suyo. Y eso en la ciudad y en el siglo más cultos en materia de bellas artes, en la Roma de Julio II y Leon X.
No daría poco que reír a Ibarra la disputa de los que habían visto llegar del extranjero su cuadro si bien aquello debía por otra parte lisonjearle. Algunos chistes se le escaparían en la ocasión porque parece que era hombre decidor, de cierta vena y que aun cultivaba la poesía.
No recuerdo haber visto nada suyo en ese género.