grandes lienzos de asuntos de la orden que me pluguieron bastante.
El tercero es otro Becerra, Nicolás, de quien hay en el Hospital de Terceros un cuadro grande de san Luquecio, pintado en 1693, y que parece una anticipación del estilo que años adelante usó Cabrera. El cuarto es el padre Manuel, jesuita, de cuya vida no he podido alcanzar noticia, a pesar de haberla buscado con diligencia. Beltrami, que lo coloca (ignoro sobre qué dato) en el siglo siguiente, dice que pintaba admirablemente con ambas manos y que él vio una bella muestra de su talento en un cuadro de la Cena, en el refectorio de San Fernando. Bien hace quince años que yo busco la tal Cena en aquel convento y no doy con ella, ni hay padre de los antiguos que la recuerde. La que allí enseñan, y está ahora en un claustro de arriba, junto a la puerta de entrada de la sala de recibir, es obra de Pedro López Calderón, ejecutada en 1728 y firmada de su mano, de mediano mérito. Donde realmente había una pintura del padre Manuel era en la escalera del Colegio de San Gregorio, que se conservaba como estuvo en tiempo de los jesuitas. Es un cuadro apaisado, firmado del autor, y que representa la Sacra Familia. Yo he visto pocas pinturas de México que me hayan parecido de tanta gracia y perfección. Si así trabajaba siempre el padre, sin duda que rayó bien alto en el arte. El cuadro se habría trasladado hace tiempo a esta sala si hubiese yo podido dominar la ira que me causaba la temeridad de no sé qué audaz restaurador que quiso retocar, como ellos dicen,