muestran oficiosos en servir a su reina, como ese que por atrás le recoge la larga vestidura. El pontífice es un personaje grave y respetable, pero al que no faltan dulzura y bondad. Mas donde naturalmente apuró su arte el pintor fue en la figura de la Virgen. Vea usted qué doncella tan esbelta, tan bien parada, y al mismo tiempo tan modesta y ruborosa, que se percibe el encogimiento con que tiende la mano para tocar la del esposo. Bueno es también éste y sobre todo los paños. Nuestro amigo nos decía una vez que esa capa amarilla de san José le recordaba los grandes coloristas de la escuela veneciana y que el cuadro, en su conjunto, le parecía el mejor de los que aquí hay. Sin extenderme a tanto, creo que es de los buenos y que debe merecer a su autor uno de los primeros puestos entre los pintores mexicanos. El de santo Tomás de que habló el señor Couto confieso a ustedes que yo lo tomaría por de algún boloñés de la escuela de si la firma de Arteaga, escrita al pie, no asegurara a éste la gloria de haber ejecutado tan excelente pintura. Está hecha con un vigor y una fuerza desconocidos en la escuela mexicana, cuyo rasgo característico es la blandura y suavidad. Frente a él está colgado otro cuadro de los discípulos de Emaus, sumamente estropeado y sin nombre de autor, pero que parece venir de la misma mano, pues campean en él las mismas dotes. Por último, he oído decir que en un convento, no recuerdo cuál, hay de Arteaga una Adoración de los Reyes en que se nota su estilo fuerte y resuelto.
Allí sobre la puerta veo un gran lienzo del entierro del Salvador, con el nombre de , y