muestran oficiosos en servir a su reina, como ese que por atrás le recoge la larga vestidura. El pontífice es un personaje grave y respetable, pero al que no faltan dulzura y bondad. Mas donde naturalmente apuró su arte el pintor fue en la figura de la Virgen. Vea usted qué doncella tan esbelta, tan bien parada, y al mismo tiempo tan modesta y ruborosa, que se percibe el encogimiento con que tiende la mano para tocar la del esposo. Bueno es también éste y sobre todo los paños. Nuestro amigo [59] nos decía una vez que esa capa amarilla de san José le recordaba los grandes coloristas de la escuela veneciana y que el cuadro, en su conjunto, le parecía el mejor de los que aquí hay. Sin extenderme a tanto, creo que es de los buenos y que debe merecer a su autor uno de los primeros puestos entre los pintores mexicanos. El de santo Tomás de que habló el señor Couto confieso a ustedes que yo lo tomaría por de algún boloñés de la escuela de si la firma de Arteaga, escrita al pie, no asegurara a éste la gloria de haber ejecutado tan excelente pintura. Está hecha con un vigor y una fuerza desconocidos en la escuela mexicana, cuyo rasgo característico es la blandura y suavidad.[60] Frente a él está colgado otro cuadro de los discípulos de Emaus, sumamente estropeado y sin nombre de autor, pero que parece venir de la misma mano, pues campean en él las mismas dotes.[61] Por último, he oído decir que en un convento, no recuerdo cuál, hay de Arteaga una Adoración de los Reyes en que se nota su estilo fuerte y resuelto.[62]
Allí sobre la puerta veo un gran lienzo del entierro del Salvador, con el nombre de , y


