embargo, Ximeno se desempeñó bien y su obra es en materia de ornamentación lo mejor que se registra en aquel templo.
Que Ximeno era un artista de mérito no tiene duda. Y cabalmente el género en que me parece que descollaba es ese que con razón gradúa usted del más difícil, la gran pintura mural. A más de la obra de que ha hablado usted, ejecutó otra que ya no existe. Don Antonio González Velázquez, primer director de arquitectura en esta casa, y que construyó la parroquia de San Pablo, la elegante plaza en que estuvo la estatua de Carlos IV delante de palacio, el arco del foro del antiguo teatro y alguna otra cosa, había levantado la hermosa capilla del Señor de Santa Teresa, cuya cúpula, por su valentía, no ha tenido igual en la ciudad. La obra de pintura se encargó a don Rafael Ximeno. En el dombo pintó la historia que corre de la renovación de la imagen; en el ábside, el alboroto que hubo en el pueblo del Cardonal cuando se dispuso trasladarla a México. El resto del templo lo adornó con elegancia. Mas todo aquello acabó en el terremoto del 7 de abril de 1845, a los 832 años de haberse estrenado. Después encontré en los restos de su testamentaría, el boceto que había hecho para la pintura del ábside y me apresuré a adquirirlo para la Academia, como un recuerdo que por varios títulos debe serle grato. Es ese que está colgado en el rincón.
Los frescos de Ximeno me parecieron siempre preferibles a sus pinturas al óleo. Además de algunas