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como murió en la isla desierta de Sancian, parece exhalar todavía el perfume que creían percibir los que se acercaban a él. A su lado un anciano, vestido con rica seda de la China, se postra como para recoger el último aliento del santo. Pero la obra principal que de Vallejo hay en aquel Colegio es el lienzo que llena la testera de la sacristía, al verlo solamente se desea que hubiera en la pieza más luz para gozarlo mejor. En el plano de abajo, y casi en una línea, están san José arrodillado, con el niño en los brazos, y a su izquierda santa Ana en igual postura. A la derecha, la Virgen y san Joaquín sentados, a uno y otro lado, los siete arcángeles con los emblemas propios de sus oficios. Todas las figuras son buenas, pero la excelencia de la obra y la impresión que produce me parece que provienen de otra causa y es el partido que el autor supo sacar del enorme tamaño de su cuadro. Yo he oído decir a ustedes que en pintura conviene agrupar para concentrar mejor la atención y que las figuras juntas dan más golpe. Pero esta regla debe padecer excepciones, pues en el lienzo de que estoy hablando, el efecto lo obtuvo Vallejo cabalmente por el principio contrario, el esparcimiento en la totalidad de la composición. Encima del plano, en que está la Sacra Familia, dejó un grande espacio vacío, interrumpido únicamente al medio por la paloma que simboliza al Espíritu Santo; y luego en la altura hizo aparecer sobre querubines al Padre Eterno, que es en sí mismo una figura magnífica, quizá la mejor del cuadro. La distancia que separa a la divinidad de los seres que habitan la tierra da a la composición un aire de grandiosidad y elevación que yo no recuerdo haber encontrado en otra pintura mexicana.

Mantenido por mtravelo

    

2024 Diálogo sobre la historia de la pintura en México. D.R. © UNAM-IIE. Licencia de uso
2024 Diálogo sobre la historia de la pintura en México. HD LAB ISSN 1668-0001. CC BY 4.0