No me descontenta esa doctrina. Donde se pinta para escribir, y donde es artista todo escritor, temo que no ha de haber verdaderos pintores. Y tal debió suceder a los mexicanos, puesto que no tenían otro sistema de escribir que el de jeroglíficos y pinturas.
explica por este mismo principio la imperfección de las obras egipcias. El arte no tuvo allí por objeto propio la reproducción durable de las formas hermosas de la naturaleza, sino la notación de las ideas; de suerte que la escultura y pintura no fueron nunca sino ramos de la escritura. La imitación del natural no debió, pues, llevarse sino hasta cierto punto: una estatua no era en realidad sino un signo y como una letra escrita. Así es que luego que el artista lograba sacar con verdad la parte esencial y determinativa del signo, que es la cabeza, sea reproduciendo la fisonomía del personaje cuya idea se trataba de recordar, sea imitando de un modo resuelto la del animal que era símbolo de alguna divinidad, había llenado su objeto, y descuidaba los brazos, el torso, las piernas, que no se consideraban sino como partes accesorias. El concluirlas y acabarlas con precisión ni daría más estima al signo, ni le añadiría claridad.2
Ahora hago memoria de que en he leído algo semejante a eso con aplicación a los mexicanos. Si