ésta de la copia de obras europeas no tuviera: «estudio del modelo natural y, sobre todo, la composición original, que es el ápice del arte…». Couto en esta sección del diálogo proporciona los datos históricos y Clavé, el pintor con autoridad por ser la mirada exterior, concreta los juicios añadiendo: «Reducido al principio el arte a la simple copia, aunque se produjeran bastantes obras, no podían hacer adelantos de importancia en sus partes esenciales…», y para concluir decía: «Pero todavía esto no es el arte; es apenas el principio de su aprendizaje». Al descalificar este arte y no aceptarlo dentro de la escuela por proceder de copias, indirectamente se le concedía a la escuela dos de los principios mayormente ensalzados, el de la originalidad y la creatividad auténticas. Pero si bien la pintura misional no es arte ni parte de la escuela, se le liga a ella por ser fase de aprendizaje, para después dar paso a la originalidad.
A pesar de que todavía no se reconoce como parte de la escuela, al citar a los pintores que nombró el cronista Bernal Díaz del Castillo, a saber Andrés de Aquino, Juan de la Cruz y Crespillo, dice: «Éstos son los primeros nombres propios que conocemos de artistas nacionales», es decir, no hay escuela propiamente dicha, pero se empieza a crear la galería de personalidades «propias».
El primer reconocimiento que hace de la escuela es con los anónimos maestros que heredaron un quehacer bien establecido al pintor Baltasar de Echave Orio, «es decir, de 1600 para adelante, una escuela formada, la cual forzosamente ha de haber tenido sus precedentes naturales. Para llegar a donde aquellos hombres estaban, ha debido antes trabajarse mucho».
Lo interesante de crear una escuela nacional no es solamente que se reconozca una personalidad, una unidad, sino también una calidad defendible; así Pesado exclama sobre el primer Echave: «en cualquier país donde hubiera existido, se habría hecho un distinguido lugar».
A pesar de que la creación de la escuela está señalada por las personalidades de algunos pintores sobre otros, resulta por demás interesante que cuando se habla de ellos siempre pesa mucho más la identificación de sus obras, su descripción y sólo al final su biografia, si la hay, pues en la mayor parte de los casos son unos escuetos datos. Las notas hechas en la edición asombran en muchos casos por la exactitud en la percepción y delimitación de las diferentes personalidades y aún por el descubrimiento de nuevas dentro de una familia y esto debemos atribuirlo al lugar destacado que da Couto a la definición del estilo de cada artista a partir de su caracterización formal. En ninguna otra parte Couto demuestra su originalidad más que aquí: en la lectura formal que hace de la obra, en la definición del estilo, primero de los autores individuales y después del estilo «nacional».
La idea de progreso dentro de la historia: de la pintura mexicana se hace evidente no sólo cuando nombra a la creación indígena como la infancia
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