del arte en México. En esta sala esa historia no se lee, sino que ella misma va pasando delante de los ojos»; es decir, Couto estaba consciente de hacer historia al crear esta galería —la que seguramente él mismo ordenó— no sólo por ser la autoridad máxima de la institución, sino porque su Diálogo es casi un «guion museográfico» o una «guía museística» la cual nos lleva de la mano por el recorrido. Que fuera Couto quien dispuso el orden, quizá con la ayuda de Pelegrín Clavé, es seguro, porque no había en el país alguien, fuera de él, que lo pudiera hacer. Subrayando la labor museográfica de Couto y Clavé, el personaje de Pesado, dentro del Diálogo dice: «Parece que con estudio han colocado ustedes ese cuadrito cerca de los de Ibarra».
Lo que Couto hizo fue seguir lo dicho por Alessandro Manzoni en su introducción a su novela Los novios, que seguramente había leído, pues se encuentra en su biblioteca: convierte estas pinturas ya cadáveres en documentos vivos para la historia del arte mexicano. Les había pasado revista y las había dispuesto nuevamente en orden de batalla. Couto por medio de esta galería había hecho su guerra ilustre contra el tiempo y le había arrancado de la mano a éste, los años, us prisioneros.
¿Qué seguía después de esta historia visual? Obviamente lo que él pensaba sería más duradero aún, la historia escrita. Por esa razón, ya descargado de su trabajo en la Academia a partir de 1861, se dedica a reunir sus notas y a escribir durante ese año y el siguiente, el último de su vida, el Diálogo.

