europeos, particulannente italianos, y llegaron pinturas de Cogheti, podesti y Silvagni que mostraron a los alumnos lo que por ese entonces se hacía en Europa. Más tarde, gracias a las gestiones directas de Cauto, también llegaron obras de Broca, Markó, Vemet, Viscardini, entre otros, y grabados de Ingres, Robert y Sheffer, sin olvidar la compra de producciones de maestros de épocas pasadas.
Para hacerse de buenas pinturas, la Academia mexicana buscó diferentes caminos. Así, por medio del ministro de México en Roma se logró abrir un concurso anual en aquella ciudad, con un premio cuantioso para el artista que ejecutara de forma más acertada el tema escogido con antelación por las autoridades mexicanas; la obra ganadora pasaría a enriquecer las galerías de San Carlos. También como medio para proveerse de buenos modelos se exigió a los maestros contratados, en especial a los traídos de Europa, que correspondiendo a cada renovación de contrato se entregara a la Academia un cuadro original. De esta manera se sumaron La locura de Isabel de Portugal de Pelegrín Clavé y el Tlahuicole de Manuel Vilar, entre otros. Por su parte, los alumnos pensionados en Europa se comprometían a realizar anualmente un cuadro que también entralÍa a formar parte de las galerías, así se incluyó Colón ante los Reyes Católicos de Juan Cordero. Muchos de estos jóvenes fueron encargados de conseguir obras de sus maestros europeos o pedir copia de cuadros famosos.
Por otra parte los resultados de las nuevas enseñanzas se empezaban a notar. A partir de 1848 se organizaron exposiciones anuales, en las cuales maestros y alumnos expusieron sus trabajos con la consiguiente buena acogida del público. A este grupo de obras contemporáneas —que podían llamarse de la nueva escuela mexicana— se unen las recién adquiridas en Europa, las de los pensionados en el extranjero y un buen número de obras mexicanas antiguas, pertenecientes a coleccionistas particulares, con lo que empieza a ser evidente el gusto y aprecio por nuestra pintura del pasado.
Probablemente el interés por esta pintura virreinal se había despertado poco a poco, y su presencia en las exposiciones anuales fue legitimando su valor artístico, pues hasta ese momento la mayor parte se habían considerado sólo como objetos devocionales o históricos, debido a que un crecido número se refelÍa a asuntos religiosos.
Ante esta nueva conciencia del arte de los siglos coloniales, don José Bernardo Cauto inicia gestiones para que las comunidades religiosas cooperen con obras para el enriquecimiento de las galerías de la Academia, que se encaminará no sólo a obtener más obras, sino a formar específicamente una galería de arte mexicano, o como él la llama, una galería de la antigua escuela mexicana. Esta gestión se ve apoyada por el presidente Santa Anna. Así, al dirigirse don Bernardo, el 8 de marzo de 1855, a dichas comunidades les dice que:

