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formar pintores, sino con una vocación museística que si bien no se cumplió cabalmente en aquella época (podemos suponer que como en otras partes del mundo la visita a estas galerías era bajo la petición expresa del interesado ante las autoridades), por lo menos existió la intención a la letra, quizá motivada por la inclusión de materiales que estaban a la vista en iglesias y capillas, y por lo tanto pertenecían de alguna fonna a los fieles, es decir, al público y éste tenía el derecho de seguir gozándolos.

A partir de 1811 la situación de la Academia cambió radicalmente al dejar de percibir la dotación real que recibía. Se inició una larga época de penurias, agravada por la lucha independentista que acabó por sumir a la institución artística,junto con todo el país, en grados de pobreza extrema. Es obvio que en estas circunstancias la obtención de obras de arte que la Academia recibía por diferentes caminos, quedó casi suspendida; sin embargo, en algunos gobernantes del nuevo régimen quedó la conciencia de la importancia de este acervo e intentaron enriquecerlo, ¡mnque no con demasiado éxito, como fue el caso de don Anastasia Bustamante que como vicepresidente de la república ordenó en 1831 que se trasladaran algunos cuadros de los antiguos conventos de betlemitas y Montserrat a esta escuela. A pesar de la pobreza de la Academia, ésta y su colección siguieron dando servicio al reducido y pobre alumnado que acudía a las ya escasas lecciones.

Durante la primera mitad del siglo XIX una serie de viajeros deja constancia de la lamentable situación en que se encuentra la Academia de San Carlos, pero también habla de la colección.de pinturas y esculturas y del caótico estado en que se halla, no sin antes ponderar alguna de las obras, en especial los valiosos vaciados en yeso de obras clásicas.

La decadencia de esta escuela, fundada con la intención de convertirla en semillero de ingenios capaces de conducir a la nac,ión al progreso, fue detenida por una generación de hombres que también creía en las instituciones educativas como promotoras del cambio. A esta generación pertenecía don José Bernardo Cauto.

El 2 de octubre de 1843 don Antonio López de Santa Anna, presidente provisional de la república, hizo realidad lo que los hombres responsables de aquella época pensaban. Por esto, y «siendo de tanta importancia dar impulso y fomento a la Academia de las tres nobles artes, que será la honra de la nación, luego que produzca los frutos que deben esperarse de sus adelantos»,49 Santa Anna expidió el decreto de renovación de la Academia

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