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autores que confonnaban esta colección se comprende la importancia dada a los «modelos» escogidos.

Es significativo que algunas de las obras fueron regaladas por altos funcionarios o por pintores de la época que se habían integrado a las labores de la Academia, como el tríptico de la escuela de Miguel Ángel, regalado por el pintor José de Alcíbar, o La alacena del pintor, del novohispano Antonio Pérez de Aguilar, regalada por el mismo Mangino, ya para ese entonces presidente de la junta de gobierno de la propia Academia. Respecto de esto último se hace notorio que ésta no era la única obra novohispana integrada a la colección, pues también se habla de un autorretrato de Rodríguez Juárez y otro de José de Ibarra. Junto a estos autorretratos se nombran otros más, por lo que podemos suponer que quizá estaba en el pensamiento de la generación de fundadores crear, si no una galería de grandes maestros, sí un silencioso homenaje a aquellas individualidades, tan gratas al siglo XVIII, que llevaron a lugares muy altos la creación artística y que por lo tanto convertía a estos autores, y no sólo a sus retratos, en modelos a seguir.

Durante el resto del siglo y parte del siguiente el celo de los directores y maestros, aunado a la protección real, favorecieron el enriquecimiento de la colección, ya sea comprando sus obras a diversos pintores y coleccionistas locales como enviando pedidos concretos a Europa sobre lo que se consideraba más pertinente adquirir; incluso con pretensiones tan visionarias como el encargo que se le hiciera a Francisco de Goya, quien dudando de que le fueran cumplidas las promesas de pago nunca lo llevó a cabo.47 También cooperó en este enriquecimiento que los maestros de la Academia crearan sus propios modelos. Además, todo aspirante a ser académico debía realizar una obra de prueba para ser calificado y obtener el título, estas obras «maestras» quedaban en poder de la institución.

Una serie de vicisitudes históricas vinieron a favorecer la colección de San Carlos; por ejemplo la supresión de conventos, y entre ellos en especiallos de los jesuitas que fueron expulsados en 1767, es decir, años antes de la fundación de la Academia de San Carlos, y cuyos bienes artísticos se encontraban, en algunos casos; embodegados en espera de ser distribuidos. Por esta razón, la real orden del 3 de noviembre de 1782 prescribió que los «cuadros de los conventos suprimidos se custodien en la Academia, y colocados ordenadamente sirvan a la utilidad y recreo del público».48

«Utilidad y recreo del público», es decir, las colecciones de la Academia empezaron a ser vistas no sólo como el material escolar necesario para

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2025 Diálogo sobre la historia de la pintura en México. HD LAB Biblioteca digital. ISSN 3072-7715. CC BY 4.0

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