mismo Couto, buscaron afanosamente si no soluciones, sí acciones que amainaran la tormenta y la destrucción total.
Algunos de ellos escriben historia —hay una generación de historiadores deprimera—; Alamán, Bustamante, Mora, Zavala, Arrangoiz, Roa Bárcena, etcétera, todos y cada uno desde su punto de vista, se sienten impulsados a hacerlo, pues esto se convierte para ellos en un deber, en una obligación para con las generaciones futuras. Todos creían en el valor educativo de la historia; sabían que la experiencia d el pasado puede ser útil para entender el presente; pero sobre todo, los impulsaba a escribir el sentimiento terrible de que si no lo hacían no quedaría rastro ni huella y todo se perdería en el olvido.
Respecto de esto, quizá el más explícito sea don Lucas Alamán cuando anota, en 1849, en el prólogo de su Historia de México: «Veo por otra parte que todos aquellos de mis contemporáneos que hubieran podido tratar con acierto esta materia, van desapareciendo sin dejar nada escrito».39 También expresa sus dudas sobre si es posible escribir con imparcialidad sobre el momento que le tocó vivir, y agrega:
Como la utilidad de la historia consiste, no precisamente en el conocimiento de los hechos, sino en penetrar el influjo que éstos han tenido los unos sobre los otros; en ligarlos entre sí de manera que en los primeros se eche de ver la causa productora de los últimos, y en éstos la consecuencia precisa de aquéllos, con el fin de guiarse en lo sucesivo por la experiencia de lo pasado, mi principal atención ha sido, considerando el conjunto de los sucesos, desde los primeros movimientos del año de 1808, hasta la época en que escribo, demarcar bien las ideas que se presentaron desde el principio, como base y medios de la revolución y seguirlas en todo su progreso: hacer notar el influjo que tuvo sobre la moralidad de la masa de la población el primer impulso que a aquélla se dio, y las consecuencias que ha producido el pretender hacer cambiar no sólo el estado político, sino también el civil, atacando las creencias religiosas y los usos y costumbres establecidos, hasta venir a caer en el abismo en que estamos, y como el extravío de las ideas y la falsa luz bajo que se han considerado las cosas ha sido la causa de los desaciertos que se han cometido, si mi trabajo diese por resultado hacer que la generación venidera sea más cauta que la presente, podré lisonjearme de haber producido el mayor bien que puede resultar del estudio de la historia, pero si los males hubieren de ir tan adelante que la actual nación mexicana, víctima de la ambición extranjera y del desorden interior, desaparezca para dar lugar a otros pueblos, a otros usos y costumbres que hagan olvidar hasta la lengua castellana en estos países, mi obra todavía podrá ser útil para que otras naciones americanas, si es que alguna sabe aprovechar las lecciones

