parecer del casuista Molina, pueden recibirlos de las partes en muestra de su reconocimiento por la justicia que les ha administrado».35
Lastimada y maltratada la caja con el paso del tiempo, tal estado tenía que ya no valía nada, así que un nuevo dueño pensó: «que era buena especulación la de convertir en pesos las piezas que aún quedaban de plata».36 Más valía hacer monedas con esa otrora obra de arte. La moraleja que el autor extrae es por demás significativa «se redujo a su antiguo valor lo que el hábil fabricante de París había sabido multiplicar con prodigio: volvimos, pues, digo; la plata que allí había, a lo que antes éramos, unos pocos pesos y nada más; de la misma suerte que un pronunciamiento bien logrado reduce a su primero y desvalido ser a los héroes que había creado otro pronunciamiento anterior».37 Es decir, Couto insiste en ese destino circular, o ¿vicio?, que regresa al pueblo mexicano a donde partió. Tal vez México sea como un peso de plata transformado por la industria en rico joyero que siempre regresará a su antigua condición.
 
El ejercicio de la memoria
Después de participar en las negociaciones de paz en 1848, don Bernardo Couto formó parte de la junta liquidadora del erario nacional ante los representantes de Inglaterra, España, Francia y Prusia, y se dio tiempo para seguir una polémica con el conde de la Cortina a propósito de la inscripción de unas medallas que se troquelaron para conmemorar la inauguración de la plaza de San Juan. Que estos hombres —políticos, periodistas, guías de la opinión pública, negociadores de paz, etcétera— se preocupen y lleven a cabo disputas culturales, muestra la conciencia de que quizá la cultura era lo más importante de salvar en el naufragio, e incluso a pesar de que ellos no hicieran nada, sería a fin de cuentas lo único que subsistirá. Por esta razón,

