con la «Exposición», Couto confió en la palabra escrita para modificar esta situación, e incluso se lanzó por caminos que no esperaríamos de un legista como él: por los campos de la literatura que casi podríamos calificar de satírica. Tratando con agudeza el «caso mexicano», y caracterizando sardónicamente vicios comunes de la época, escribió un simpático cuento titulado «La Mulata de Córdoba y la historia de un peso». En él narra cómo, al escapar de su cautiverio en un barco pintado en la pared de su celda, la Mulata «procura hacer siempre sus prodigios sin daño ni menoscabo de tercero». Couto cuenta que encontrándose la Mulata un día con un peso de plata mexicano en la mano, se dijo: «¿Por cuántos dueños habrá pasado este peso?», y poniendo manos a la obra le hizo hablar; así aquel peso contó su historia detalladamente. Relató su paso de mano en mano conociendo cuanto personaje de la sociedad existiera, desde el rico y avaro que sólo atesora hasta el más mísero pobre que nada tiene. Todas las profesiones, todas las miserias humanas las conoció a través de sus dueños, haciendo de su relato el espejo de toda una sociedad, utilizando un tono sardónico y desencantado como cuando dice: «y vine por último a dar al bolsillo de uno que tenía por oficio cesante, quiero decir, haber dejado de trabajar; oficio peculiar de México, que acaso no lo hay en otra parte del mundo, y que tal vez costará trabajo entender al que no haya nacido en esta feliz tierra de promisión».31 Pero la suerte del peso continuó. Fue adquirido por un joyero, quien junto con otras monedas de plata lo llevó a Europa, «el país de ventura para el dinero, a la tierra de la civilización, donde lo que hay que ser es oro o plata para recibir adoraciones»,32 ahí un famoso orfebre cambió su forma y las convirtió en un rico neceser, caja de virtuosismo supremo, ya que el arte con que fue ejecutado dio un nuevo valor a la plata de esos desaparecidos pesos, y así exclama la moneda parlanchina: «Cada uno de nosotros representaba allí lo que no era, y se nos atribuía un valor treinta veces mayor del que en efecto teníamos: ¡milagros de la industria!»33 De sus peregrinas aventuras tuvo la suerte, que como él dice «pocos deudos podrán contar, a saber el haber vuelto a la patria», pero agrega «como muchas de las personas que retornan de Europa a América, volví bien bruñido, luciendo mucho y pesando poco».34
Dicha caja causó expectación entre el público, «fue adquirida por cierto litigante para manifestar su gratitud a uno de los jueces, magistrado catoniano que no podía sufrir ni el nombre de cohecho, si bien opinaba que un simple obsequio no es cohecho, y que los jueces conforme al docto

