En la «Exposición» Couto era consciente de su función de representatividad al ser uno de los comisionados y por lo tanto explicaba la necesidad de un texto así al señalar: «porque es de nuestro deber darle cuenta final de nuestros trabajos, ya porque acaso no será superfluo que en una pieza oficial queden consignados algunos puntos que puedan servir para mejor conocer el espíritu e intención de los convenios que acaban de celebrarse»;18 pero también porque consideraba que los acontecimientos elevarían, como hoy todavía lo hacen, una ola de reparos, críticas y sobre todo una serie de incomprensiones sobre la situación real, no sólo de lo sucedido, sino de la decisión tomada para poner fin a la guerra. Por ello, como representante de sus conciudadanos en horas tan aciagas, se da a la tarea de explicar y dar cuenta, en términos llanos, de lo que podría ser farragoso en los artículos mismos del tratado; y no justifica, sino que da a conocer el espíritu y la intención que llevaron a acordar tales términos, aunque con la idea de que: «será preciso concluir que hay acusaciones a las que no es dado satisfacer, porque son hijas del odio, no del juicio, y al odio no se le satisface con razones, por buena y cumplidas que ellas sean».19
La mayor justificación que da Couto de su participación en la hechura del convenio realizado es la de conseguir lo que considera indispensable en el proceso de conformación de la república —y en lo cual es absolutamente explícito no sólo en este escrito, sino en muchos otros— es que: «Al presente la paz, que es la primera necesidad del pueblo mexicano, no ha podido adquirirse a menor precio, ni con otras estipulaciones, que las que están escritas en el tratado».20 Couto, que como ya hemos visto, era un hombre de ley sobre todas las cosas, una y otra vez insistió en que los términos del tratado eran la única vía posible para terminar «una guerra fatal que jamás debiera haber existido»,21 es decir, considera que a él y al gobierno que lo hizo posible: «le debe la República el poder elegir entre la paz y la guerra, con conocimiento de causa, pesados los bienes y males de una y otra, pues sin el tratado no habria lugar de elección».22
A pesar del espíritu práctico y el sentido común que impera en toda la «Exposición» no deja de existir ese fatalismo clásico que le hacía ver en todo un destino marcado, así exclama:
Hubo un tiempo en que fue posible resolver la fatal cuestión a que da término el tratado, con condiciones muy diversas de las que él contiene; ¿pero

