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españolas. Aunque la autenticidad de aquel documento descansaba en el simple dicho de un periodista, pues, según entiendo, no llegó a recibirlo oficialmente ninguno de nuestros prelados, ni de Roma se ha hecho jamás indicación sobre él, excitó, sin embargo, una profunda sensación en los ánimos. Desde luego los obispos y cabildos sede-vacantes publicaron pastorales, que lejos de contener la predicación recomendada en la sospechosa encíclica, eran un nuevo e insigne testimonio de los sentimientos verdaderamente patrióticos del clero mexicano. Ya se supone que las autoridades civiles no irían a la zaga en aquel lance, y que no faltarían tampoco escritores particulares que tomaran a su cargo el asunto.

»El Congreso del Estado de México, que a la sazón residía en la capital, los excitó abriendo un concurso para una disertación en que se fijara la naturaleza y límites de la autoridad pontificia. Alto y noble argumento, a par que difícil, cuyo buen desempeño requería una plenitud de ciencia, una superioridad de juicio, un reposo de ánimo, que no eran de esperarse en un mozo de pocos años. Sin embargo, la persona que hoy escribe a ustedes esta carta, entonces pasante del primer año de leyes, tuvo la temeridad de salir a la liza, y la suerte (que en aquel día le pareció buena y después aciaga)