No he podido averiguar cuándo nació ni cuándo murió. De sus obras, la que he visto con fecha más reciente es un retrato del padre jesuita Juan Manuel Azcarai, pintado en 1764, que estaba en San Pedro y San Pablo. Es, pues, seguro que su muerte fue posterior a ese año. Parece haber sido persona de alguna cultura, adquirida por sí propio. Con ocasión del reconocimiento facultativo que en unión de otros pintores practicó de la imagen de Guadalupe a instancias del cabildo de la Colegiata en 1751, escribió un papel titulado Maravilla americana, y conjunto de raras maravillas, observadas con la dirección de las reglas del arte de la pintura, en la prodigiosa imagen de Nuestra Señora de Guadalupe de México. Bastante dice esta portada el asunto de la obrita; y en cuanto a su desempeño, el doctor Bartolache, de genio un poco acedo, decía años adelante: «Demasiado fue que un hombre lego y sin otros estudios que los honrados domésticos del caballete y la paleta, acertase a componer un opúsculo en que unió la precisión con la claridad, instruyendo y deleitando».56 Esta calificación estomagaba a un escritor elegante de la época, el doctor Conde, quien sospechó que Bartolache había querido indicar que Cabrera no era capaz de escribir por sí aquello y que probablemente le habían llevado la pluma sus amigos los jesuitas.57 Sea de eso lo que fuere, el papel habla con lisura y sin el estilo gongorino que entonces era de moda. Respecto de su sustancia, el mismo Bartolache daba a entender que a su juicio Cabrera había registrado la imagen más con los ojos de la devoción que con los del arte.58